jueves, 27 de marzo de 2014

La útil belleza de Sorrentino

Aprovechando que hoy sale en DVD una de las películas más aclamadas del pasado año, La gran belleza de Paolo Sorrentino, hemos querido publicar un post sobre la reciente ganadora del Oscar a la mejor película extranjera. Y qué mejor que contar con alguien que comparta con el personaje de Jep Gambardella (Tony Servillo) su amor por la palabra. La elección ha sido el escritor extremeño Fernando de las Heras (Badajoz, 1981), quien no solo es un apasionado de la poesía como da cuenta de ello su último libro, "Cerca del origen" (Editora Regional de Extremadura), sino también del buen cine. Os dejamos con su artículo y esperamos vuestros comentarios sobre esta joya del cine europeo.

La útil belleza de Sorrentino

Por Fernando de las Heras

El pasado está en todas partes, menos en sí mismo. Es una frase que no llegaremos a escuchar a Jep Gambardella, el magnético Tony Servillo, aunque pudiera estar pensándola mientras recorre la ciudad de Roma, sus fiestas, aquellas extravagantes reuniones donde ha decidido perderse.

En La gran belleza, la última película del director italiano, Paolo Sorrentino, encontramos algo más que una festiva postal de la imperecedera Roma. De nuevo, guía a su actor fetiche para hablarnos no solo de una ciudad que se cuestiona a sí misma sino que, lejos de ser autocomplaciente, insiste -como en otras de sus historias-, en preguntar qué perdimos por el camino.

La película comienza con el cumpleaños de Jep Gambardella, cronista de la alta sociedad romana, participante activo, soltero, escritor de un solo libro. Envuelto en ese acento napolitano que comparte con el propio director, nuestro protagonista es el lugar común donde se citan los personajes más extraños y grotescos, distinguiendo la clara influencia de La dolce vita, Amarcord, Ocho y medio (8½) de Fellini o la semejante La noche de Antonioni, con aquel escritor, Pontano, interpretado por el gran Mastroniani. Pero además de estos notables secundarios, la mirada cuidadosa de Sorrentino refleja la desesperación y el hastío de aquellos que no logran encontrarse. ¿Quién eres? le pregunta una niña que también ha decidido perderse. ¿Quién soy? se pregunta él mismo en mitad de una fiesta.

Es verano como aquel de la adolescencia a donde Jep se abandona recostado sobre la cama. Como aquel verano en el que ya comenzaba a percibir, sin entenderlo, la profundidad de las raíces del amor. El agua, elemento recurrente en la película, fluye como nuestro protagonista en un estado aparente de felicidad. Frente a la idea de lo perecedero, del tiempo que pasa, la sociedad de consumo, la vacuidad de la fiesta, el “bullicio entorno a ningún centro” como la definía el poeta González Iglesias.

Pero el cometido autoimpuesto por Jep, “ser el rey de la mundanidad” vive, tal vez, sus últimas horasOculta en esa suntuosidad festiva está la Roma consagrada a la historia de la belleza. Detrás de la ciudad manoseada por turistas y olvidada por los propios romanos se encuentran los jardines y palacios a oscuras, como lugares reservados a los que, al igual que Jep Gambardella, “son destinados a la sensibilidad”. La cámara, convulsa en las escenas de fiesta, se resuelve apacible, bajo el ritmo de la mirada atenta de nuestro querido escritor. Hay poesía y amor por la belleza que no pertenece a nadie ni a nada.


En el ensayo ‘La utilidad de lo inútil’, el profesor de filosofía, Nuccio Ordine defendía la idea de que al igual que los saberes y el conocimiento, la belleza se fundamenta en la falta de utilidad, carente de objetivo, lejos del feroz utilitarismo. La belleza, liberada del lucro y del beneficio medible, se presenta finalmente como elemento útil. Citando a Gautier, Nuccio Ordine escribe, “nada de lo que resulta hermoso es indispensable para la vida. Si se suprimiesen las flores, el mundo no sufriría materialmente. ¿Quién desearía, no obstante, que ya no hubiese flores?”. 

Así pues, la cinta muestra este apego por lo que vive al margen de lo puramente útil, pues en su propia existencia se encuentra la gran belleza. Observando el baile en trenecito que se ha formado en la terraza de su casa, frente al Coliseo, Jep con un gesto cansado pero lúcido, dice, “los trenecitos de nuestras fiestas son los más bonitos de Roma. Son los trenes más bonitos porque no van a ninguna parte”.

Sin embargo, este elogio de la inutilidad bordea peligrosos límites. La pérdida del amor o el abandono de uno mismo lindan con una cierta amargura y cansancio ante la pérdida del lugar, de un origen que se muestra lejano y confuso. De este modo, se advierte la angustia en los fantásticos personajes que desfilan por la pantalla, una sed que ni el dinero ni la vocación al placer consiguen saciar. Como pudimos disfrutar en Yo soy el amor, de Luca Guadagnino, coetáneo de Sorrentino y otra apuesta del nuevo cine italiano, la lucha en la sociedad de la ostentación se libra en la individualidad, en la búsqueda por encontrar los paraísos perdidos.

Jep Gambardella mira al techo de su habitación, en él está el mar de Nápoles, el recuerdo de un pasado inmóvil, eterno. Fragmentos de una belleza superior que lo nombra y le da lugar, recuperando la esencia de una felicidad perdida, la nutritiva raíz que le ofrece la Santa cuando los flamencos también se marchan de la ciudad. Pero aún hay dentro de él una historia que contar. Y nosotros estamos dispuestos a escucharla, sólo por el placer de escucharla.



3 comentarios:

  1. Fantástica crítica! Una película maravillosa que pude disfrutar en versión original. Jep Gambardella se ha quedado en nuestra memoria. Pertenece ya al imaginario bellísimo de la ciudad de Roma. Felicidades al autor del texto.

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    1. Me alegro de que te haya gustado, se lo transmitiré al autor del texto, la verdad es que le ha quedado muy bien :)

      Saludos.

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  2. Me voy rápido a ver la película,después de una crítica que me abre mil ventanas.Gracias,Fernando.

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