jueves, 14 de abril de 2016

Crítica de Kiki, el amor se hace



Arde Madrid
Por José Antonio García Sagardoy

El tercer largometraje tras las cámaras de Paco León nos acerca al atractivo mundo de las filias sexuales, con cinco historias amorosas que se entrelazan en un caluroso verano de la capital española. Kiki, el amor se hace llega a las salas tras el éxito de sus predecesoras, Carmina o revienta (2012) y Carmina y amén (2014), alejándose de los dos pilares que sostenían el personal universo creado por el director: su hermana (María León) y –en mayor medida– su madre (Carmina Barrios). Esta separación, que en principio puede apenar a los seguidores de la nueva musa de la comedia española, resulta de lo más satisfactoria, pues nos muestra al sevillano agudizando y definiendo su estilo propio en un proyecto diferente, apartado del contexto familiar que ya nos mostró anteriormente. 

La intención por parte de los productores (Vértigo Films / Telecinco Cinema) de realizar un remake del filme australiano The Little Death (Josh Lawson, 2014), solo se aceptó al quedar claro que León podría hacer lo que le diese la gana con el material de partida –filme de tonos fríos que cuenta con un último tramo mucho más dramático que Kiki–, siempre respetando la esencia de la película de Lawson. Así, advertimos la diferencia ya desde el título. Si la cinta de 2014 se apodaba “la pequeña muerte”, en clara alusión al orgasmo; en el de León, su subtitulo “el amor se hace” alude al tiempo y la voluntad que hay que invertir en una relación amorosa. Y es que “el amor se construye” poco a poco, con paciencia y en ocasiones, hasta con sexo.

Ambos filmes manejan, en principio, los mismos temas universales: las relaciones entre seres humanos –amor, sexo…– y los tabúes; pero León excava más profundo para dejar expuestas las invisibles barreras que nos imponemos a nosotros mismos. Esta comedia erótico-festiva que destila sexo en sus perspicaces diálogos huye –en la mayoría de los casos– de lo explícito en las escenas de cama, demostrando que el manoseado estigma del cine español como industria que únicamente muestra tetas es eso, un manido estigma. Aquí son las palabras las que nos guían y los personajes se desnudan sin necesidad de despojarse de sus vestiduras. Sus miedos y deseos más profundos están siempre presentes, y las ganas de sentirse comprendidos y aceptados tanto por sus compañeros de cama como por ellos mismos dominarán buena parte del relato.

"Aquí son las palabras las que nos guían y los personajes se desnudan sin necesidad de despojarse de sus vestiduras"

El envoltorio de Kiki lo definió con acierto Paco León el día de su estreno en Gran Vía. León pidió a todos todos los asistentes un código de etiqueta en el que imperase la “elegancia tropical”. El resultado fue una explosión de color que ya se venía dando desde el rodaje. La cálida gama cromática del filme se subraya con la introducción de planos metafóricos en los que tanto frutas –los dedos que se introducen en un pomelo…– como animales tienen cabida, claro ejemplo de ello resulta la efectiva escena de los títulos de crédito. Mención aparte merece la acertada banda sonora de la cinta con pegadizos temas como Enamorada de Pedrina y Rio o Fuego de Bomba Estéreo. Ritmos latinos que ayudan a contagiar de calor el verano madrileño que vemos en pantalla.

El relato brilla con los pasajes en los que el característico humor negro de su director se vuelve más afilado e irreverente. Los diálogos, tan reales que podrían considerarse surrealistas, colman las cinco historias. Destacan sobre el resto las referentes a la somnofilia (parafilia en la que se obtiene placer al interactuar sexualmente con un individuo en estado de sueño) con Mari Paz Sayago, y la dacriflia (en la que uno se excita con las lágrimas o el llanto) protagonizada por una maravillosa –a la par que sádica– Candela Peña. Otros segmentos, aunque con menor peso en el conjunto, no dejan de enternecernos, como el protagonizado por Alexandra Jiménez y David Mora.


Los personajes, aquí, toman los nombres de los actores que los interpretan. León siempre ha jugado con la delgada línea entre la ficción y la realidad en sus filmes. Lo pudimos ver por vez primera en Carmina o revienta, en la que se apropiaba de un lenguaje propio del documental para presentarnos a su familia, sus amigos y su barrio. Su mundo. En Carmina y amén, más solemne y depurada, abandonaría ese estilo para finalizar un díptico en el que tenían cabida tanto el humor más surrealista como la seriedad más absoluta. El director sigue jugando con el espectador presentándole personajes e historias que pueden –o no– haber existido alejados de las cámaras.

Kiki destaca, como viene siendo habitual en el cine de Paco León, por el trabajo de las actrices, por las que siente confesada predilección. El gusto por lo femenino no es lo único por lo que se ha señalado al director como heredero directo de la obra de Pedro Almodóvar, pues el ya citado descaro de las palabras que salen de las bocas de sus personajes o las situaciones surrealistas entroncan de manera directa con los primeros filmes del célebre manchego. Es obvio que tratar prácticas como la lluvia dorada en el cine no resulta igual de transgresor en 2016 que cuando se hizo por primera vez con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), aunque sigue siendo igual de efectivo: cierto sector del público se escandalizará, otro lo encontrará hilarante. 

Pero no solamente de referencias almodovarianas vive el sevillano. León es capaz de hermanar sus referencias “cultas” con otras mucho más populares o freaks, como puede ser el clarísimo guiño a las virales vecinas de Valencia, popularizadas por el programa de reportajes Callejeros con ese: “Sin ser nada de eso yo”, o el autorreferencial “chocho colgón” del que ya hablaba Yolanda Ramos en la segunda parte de Carmina.




Kiki, el amor se hace es una tórrida comedia de apariencia ligera en la que, si el espectador entra receptivo y con la mente abierta, podrá pasar más allá de la superficie, encontrando profundidad. Una profundidad todavía necesaria: hay que aceptarse a uno mismo, con sus (para)filias y sus fobias, para poder aceptar después las de los demás. Los tabúes y prohibiciones que nos imponemos a nosotros mismos nos impiden ser felices y, desgraciadamente, no existe la misma libertad para hablar de sexo al salir de la sala de cine. Kiki es una oda a todas esas “extrañezas”, a la diferencia, a la tolerancia y a la libertad. Como se suele decir, hay tantas formas de amor como personas en el mundo. Y en Kiki solo se muestran unas cuantas. Al salir del cine, el calor de la capital que desprende Kiki te contagia y deseas que sea verano para no parar de salir; de probar y de hacer…

Lo mejor: ver como Paco León sigue por buen camino. Los actores, destacando a la todoterreno Candela Peña.

Lo peor: que haya gente que se quede en la superficie. Que te llueva al salir del cine.

2 comentarios:

  1. A veces una buena crítica puede repercutir en la intención del espectador de ir a ver o no una película al cine. Yo (que humildemente admito que no me terminaba de convencer la propuesta) después de leerte, tengo ganas de ir a ver Kiki ;)

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    1. Eso es lo mejor que puedes decirnos! Muchas gracias, nos encanta servir de utilidad y que con lo que aquí escribimos os entren ganas de ir al cine.

      Un saludo.

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