sábado, 9 de julio de 2016

El cazador, la epopeya de Michael Cimino


La semana pasada nos dejó un cineasta que si bien no fue muy prolífico (solo dirigió siete filmes a lo largo de su carrera) ha dejado huella en el cine. Nos referimos a Michael Cimino (1939-2016), director estadounidense con fama de maldito tras el fracaso que supuso la colosal La puerta del cielo (Heaven´s gate, 1980). 

Hemos querido rendirle un pequeño homenaje recordando una de sus mejores obras, El cazador (The deer hunter), y para ello, le hemos pedido permiso a José Manuel Rodríguez Pizarro para publicar un excelente texto que apareció en el número 200 de la revista Versión Original.


El cazador, una epopeya sobre el valor de la amistad y la brutalidad de la guerra

Por José Manuel Rodríguez Pizarro

Aprovechando este número especial de Versión Original, he querido rescatar una excepcional película de finales de los setenta. Se trata de El cazador (The Deer Hunter, su título original, que se traduciría como El cazador de ciervos), una asombrosa epopeya sobre el valor de la amistad y la brutalidad de la guerra dirigida por Michael Cimino, en 1978, y que provocó una lógica conmoción no sólo en su país, Estados Unidos, sino también en el resto del mundo.

Nos encontramos ante un canto a la amistad por parte de tres obreros siderúrgicos de Pennsylvania cuyas vidas quedan maltrechas por su estancia en la Guerra de Vietnam, un acontecimiento histórico que ha quedado grabado en la menta y la retina de millones de norteamericanos y que tuvo un impacto en su cinematografía, llegando a convertirse en un subgénero bélico. Así, podemos destacar títulos memorables que tiene como eje esta guerra como es el caso de Apocalypse Now, La chaqueta metálica, Platoon, Nacido el 4 de julio y Cuando éramos soldados, entre otros. El cazador, sin embargo, es algo más que una historia brutal, compleja y dramática sobre la Guerra del Vietnam –además de una de las primeras películas que abordó el siempre espinoso asunto de este conflicto bélico, realizada solo tres años después de que el último soldado norteamericano abandonara Vietnam. Supone, a mi juicio, una monumental obra acerca de los estragos de una batalla absurda, muestra de cuan bajo puede caer la condición humana.



Una de las razones de su grandeza radica, quizá, en su difícil catalogación ya que es un poderoso y terrible drama, y, a la vez, puede incluirse en la tradición del cine bélico, sin alejarse del drama social ni del cine clásico estadounidense. A El cazador le ocurre lo que a las grandes obras del cine y la literatura: no pasa el tiempo por ellas porque trazan cuestiones vitales constantes: la amistad, el sinsentido de la guerra o la certeza de la muerte. Y, lo más importante, lo hacen a través de personajes auténticos, creíbles, verdaderos, algo reservado a la no muy extensa nómina de creadores con talento.

La cinta narra la historia de tres amigos, trabajadores del acero en la América profunda, que se alistan como voluntarios para ir a la Guerra de Vietnam. Días antes asisten a la boda de uno de ellos, Steven (John Savage), mientras que, al mismo tiempo, observamos cómo Michael Vronsky (Robert de Niro) se enamora de Linda (una jovencísima Meryl Streep), la novia de Nick Chevotarevich (Christopher Walken), el tercero de los amigos. La boda, y el posterior día de caza, supondrá para los amigos un punto de inflexión en sus vidas, que sufrirán un revés con su marcha a Vietnam. Ya nada será igual…

Durante sus casi tres horas de metraje, el espectador no queda al margen de duras escenas en las que se ve cómo la vida está pendiente del ritmo que marca la ruleta rusa, un nefasto juego que se ha utilizado, con desigual fortuna, en cintas como Live! (2007), de Bill Guttentag, o la española Airgbag, dirigida por Juanma Bajo Ulloa en 1997. La inclusión, por parte del director, de la ruleta rusa no es, en absoluto, un recurso banal pues se decía que era una tortura que se practicaba a los soldados americanos, a quienes, según parece, se les obligaba a cargar el tambor de un revólver con una bala para que se lo pasasen de uno a otro hasta que el azar elegía a su víctima. Numerosas críticas le llovieron a Cimino por esas imágenes puesto que muchos expertos en Vietnam aseguraron que esa tortura jamás se practicó por parte de las fuerzas militares del Vietcong. Polémicas aparte, casi nada resulta gratuito en El cazador, ni siquiera esos terribles momentos en los que la vida parece que vale tan poco, que nos sobrecogen y nos convulsionan. Todo ello se sitúa en un cierto paralelismo entre la inmensidad de las montañas de Pennsylvania –parajes donde residen los tres protagonistas y en los que los amigos van de caza, rifle en mano, con el deseo de matar ciervos– y los paisajes del sudeste asiático, escenario donde, en el fragor de la guerra, son sometidos a un terrible juego que deja en ellos terribles secuelas. Después, nuestro protagonista, Michael (el “gran cazador”), tras haber presenciado la muerte tan de cerca en Vietnam, se siente incapaz de acabar con la vida de un gamo…
Cimino, De Niro y Meryl Streep


El regreso de Michael –uniformado y plagado de distinciones que le convierten en un héroe–, a su localidad, nos recuerda a un Ulises que, tras mil vicisitudes en la Guerra de Troya, en este caso de Vietnam, vuelve a su pueblo y encuentra a su Penélope. Nuestra heroína de paciencia infinita, Linda, ha tejido un jersey para su novio Nick, pero, casi segura de su complicado regreso, cree que puede servir para Michael. Las fuentes homéricas adquieren aquí, por tanto, una clara influencia en el devenir de la narración.

El regreso de Michael –uniformado y plagado de distinciones que le convierten en un héroe–, a su localidad, nos recuerda a un Ulises que, tras mil vicisitudes (...) vuelve a su pueblo y encuentra a su Penélope.

Para el realizador Michael Cimino, El cazador fue un proyecto muy personal –tras haber debutado en la dirección con Un botín de 500.000 dólares, una cinta de atracos protagonizada por Clint Eastwood–, hasta el punto de involucrarse también en labores de guion y producción. Los tres protagonistas, Robert de Niro, Christopher Walken y John Savage, bordan sus respectivos papeles, hasta el punto de que Robert de Niro –que preparó su papel mezclándose con obreros metalúrgicos de verdad– lo ha reconocido, en varias entrevistas, como su mejor trabajo interpretativo. La Academia de Hollywood tampoco se quedó atrás al valorar el trabajo de los actores y premió a Christopher Walken con el galardón al mejor actor secundario, absolutamente impresionante en los planos en los que, ya enloquecido, juega a la ruleta rusa en Saigón. Pero no fue el único premio cosechado; también obtuvo otros cuatro Oscar de los nueve a los que estaba nominada, entre ellos los de mejor película y mejor director. Se convirtió en la película de las Navidades de 1978 y entusiasmó por igual a público y crítica.

La cara triste del rodaje lo protagonizó un secundario de lujo, John Cazale (que interpreta al impulsivo y temerario Stan), a quien, pese a su efímera carrera, hemos podido ver en las dos primeras partes de El Padrino, así como en La conversación (Francis Ford Coppola, EE.UU., 1974) y Tarde de perros (Sidney Lumet, EE.UU., 1975). A Cazale –por entonces pareja de la actriz Meryl Streep, que interpreta el papel de Linda–, le diagnosticaron un cáncer terminal poco antes de empezar a grabar. El director Michael Cimino cambió las fechas de rodaje con el fin de filmar todas sus escenas primero. Completó todas ellas pero falleció poco después, el 12 de marzo de 1978, antes de que la película fuese terminada.

Como broche de oro no hay que olvidar su banda sonora, de Stanley Myers, y un tema dramático, Cavatina, una melodía conducida por guitarra española que es el eje musical del filme y con la que el compositor expresó la desolación y tristeza dominantes. Trágica, bella y de obligado visionado, El cazador se ha convertido en una obra imprescindible para el buen cinéfilo que forma parte de una época, los años setenta del siglo XX, en la que una serie de películas se erigieron como portavoces de la conciencia, la crítica y el dolor norteamericanos, una nación que, por desgracia, y como tantos otros imperios, ha construido su sociedad, en parte, gracias a la guerra.



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